De guiarse por su intuición, Lalo habría regresado directo a casa
aquella tarde y el primer tropiezo fue que al intentar recoger los
papeles de la vivienda no pudo porque quien debía entregárselos estaba
en el horario de almuerzo. Enojado, Lalo se dirigió al parqueo
para retirar su vehículo. Tan pronto introdujo la llave en la puerta
se le acercó el parqueador, un tipo fornido, más apto para levantar
pesas que para permanecer sentado vigilando autos, todo el día.
Cuando Lalo le pagó cuarenta centavos, el parqueador permaneció
con la mano extendida, mientras se le coloreaban los cachetes
y se le inflaban los bíceps. De ahí que nuestro hombre no tuvo más
remedio que despedirse de un peso para dárselo al mastodonte
que volvió a su estado normal. A continuación, Lalo se introdujo
en el auto y arrancó a velocidad vertiginosa. Como no había comido
nada estacionó frente al mostrador de una cafetería particular
dispuesto a gastar sus últimos seis pesos en una pizza. Marcó
en la cola de cinco personas, aturdido por una música estridente,
dirigida a atraer clientes, que retumbaba desde dos potentes
bocinas. En lo que le despachaban a los otros una preocupación
le asaltó: ¿se habría vuelto daltónico? Ante él desfilaban unas
pizzas de masa negra como el carbón, cubiertas de un queso de
sospechoso color verde y de un puré de tomate naranja, al parecer
pálido de la vergüenza.
−¿Y eso vale seis pesos? –inquirió Lalo, escéptico.
−Vamos “puro”, deje la tacañería, que la vida es corta –aseveró
el dependiente.
Ya se preparaba Lalo para discutir la relación filosófica entre la
existencia humana y aquel engendro culinario, cuando escuchó una
voz femenina, proveniente de la cocina:
−Lachy ten cuidado que te vas a quemar.
−Ja, ja, ja…, seguro se trata de un chico travieso –dijo Lalo para
relajar la tensión.
−No, es el perro de la dueña que cada vez que se abre el horno
mete el hocico y al día se come hasta tres pizzas, sin contar las que
mordisquea –contestó impasible el dependiente.
−¿Un perro en la cocina? –se escandalizó Lalo.
−Es un perro salchicha, de los ratoneros, él nos libra de los desgraciados
bichos al cazar hasta una docena de guayabitos a la semana,
¿no es un bárbaro?
−Hoy he tropezado con demasiados bárbaros, pensó Lalo, mientras
se alejaba…
4 de junio de 2009