EL pequeño no recibió de regalos ni marugas ni pelotas de goma, en su lugar fue dotado de biberones con puertos USB en los cuales se colocaba una memoria flash y mientras degustaba su apetitosa leche, absorbía las primeras dosis de un atenuado, pero persistente reguetón infantil. Al terminar el sexto grado sus padres debieron hacer una extenuante cola para el ortopédico buscando tratamiento para corregir la deformación en la cervical de su hijo, causada por la inclinación permanente de la cabeza para fijar la vista en la pantalla del móvil.
Después se hizo grande, aunque nunca logró hacerse del todo humano, tuvo amores mediáticos, miles de amigos virtuales, ganó cientos de torneos en internet, quedó un poco sordo por la música alta y al final hasta se cambió el nombre, aún anda solitario y taciturno sin que muchos adivinen que ahora se llama Giga Antonio de la Red.