Palante

Lalo y las Pizzas

Me gusta 1

De guiarse por su intuición, Lalo habría regresado directo a casa

aquella tarde y el primer tropiezo fue que al intentar recoger los

papeles de la vivienda no pudo porque quien debía entregárselos estaba

en el horario de almuerzo. Enojado, Lalo se dirigió al parqueo

para retirar su vehículo. Tan pronto introdujo la llave en la puerta

se le acercó el parqueador, un tipo fornido, más apto para levantar

pesas que para permanecer sentado vigilando autos, todo el día.

Cuando Lalo le pagó cuarenta centavos, el parqueador permaneció

con la mano extendida, mientras se le coloreaban los cachetes

y se le inflaban los bíceps. De ahí que nuestro hombre no tuvo más

remedio que despedirse de un peso para dárselo al mastodonte

que volvió a su estado normal. A continuación, Lalo se introdujo

en el auto y arrancó a velocidad vertiginosa. Como no había comido

nada estacionó frente al mostrador de una cafetería particular

dispuesto a gastar sus últimos seis pesos en una pizza. Marcó

en la cola de cinco personas, aturdido por una música estridente,

dirigida a atraer clientes, que retumbaba desde dos potentes

bocinas. En lo que le despachaban a los otros una preocupación

le asaltó: ¿se habría vuelto daltónico? Ante él desfilaban unas

pizzas de masa negra como el carbón, cubiertas de un queso de

sospechoso color verde y de un puré de tomate naranja, al parecer

pálido de la vergüenza.

−¿Y eso vale seis pesos? –inquirió Lalo, escéptico.

−Vamos “puro”, deje la tacañería, que la vida es corta –aseveró

el dependiente.

Ya se preparaba Lalo para discutir la relación filosófica entre la

existencia humana y aquel engendro culinario, cuando escuchó una

voz femenina, proveniente de la cocina:

−Lachy ten cuidado que te vas a quemar.

−Ja, ja, ja…, seguro se trata de un chico travieso –dijo Lalo para

relajar la tensión.

−No, es el perro de la dueña que cada vez que se abre el horno

mete el hocico y al día se come hasta tres pizzas, sin contar las que

mordisquea –contestó impasible el dependiente.

−¿Un perro en la cocina? –se escandalizó Lalo.

−Es un perro salchicha, de los ratoneros, él nos libra de los desgraciados

bichos al cazar hasta una docena de guayabitos a la semana,

¿no es un bárbaro?

−Hoy he tropezado con demasiados bárbaros, pensó Lalo, mientras

se alejaba…

4 de junio de 2009

 

Más visto

Dopaje Nuclear

Océano Sí, Grifo No

Jubilación Activa

Humo Global

Homenaje a Ignacio Ramonet

Otros autores

0 0 votos
Calificación
guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios

Añade aquí tu texto de cabecera

Lalo y las Pizzas

0
Amamos tus pensamientos, porfavor deje su comentariox