Palante

Ven@Nz@ Perrun@,

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Cuando mi dueño cambió la forma de escribir mi nombre por esta: C@mpeón, me di cuenta de que algo extraño le ocurría. En realidad, la transformación de su personalidad comenzó desde mucho antes, precisamente el día en que entró a la casa con una maletica negra a la cual nadie le dio importancia. ¡Ay, si Carmen, su esposa, o Felito –su hijo– hubieran olfateado el peligro, aquella laptop no sería hoy un enemigo tan poderoso!

Para relatar la historia en orden, les diré que el día de los sucesos Lalo traspuso el umbral con cara de cumpleaños y en lugar de acariciarme la cabezota o de tirarme la pelota para que la recogiera, se metió en el cuarto con su computadora.

Nos llamó la atención que no se quejara de las guaguas o que no exigiera la comida. Durante horas permaneció hipnotizado delante de la pantalla, hasta que Carmen le dio cuatro gritos para obligarlo a que se bañara.

Varias veces Felito se acercó a su padre a pedirle que le ayudara a terminar la tarea, y aunque Lalo le respondió que más tarde, yo creo que ni lo oyó porque el muchacho se fue a dormir sin lograr su objetivo. Para mí el asunto tomó un negro cariz, con la suspensión de mi urgente salida nocturna. El imprevisto se tradujo en desechos líquidos y sólidos por toda la casa. Esa noche la laptop durmió en la cama entre Lalo y su esposa.

Durante toda la semana se repitió el panorama, aunque los problemas se agravaron. Lalo se empeñó en revisar su e-mail cada vez que iba al baño, chateaba con su suegra, ante cualquier problema doméstico insultaba a Bill Gates y hasta los catarros se convirtieron en errores de Windows.

En el centro de trabajo las cosas fueron de mal en peor, pues para realizar cualquier tarea fuera de la oficina le exigía al jefe una dirección www. Sus compañeros comenzaron a mirarlo de reojo cuando acudía al comedor con el mouse en la mano.

En el barrio la situación se tornó crítica el día que mi dueño se empecinó en estudiar la posibilidad de adquirir los mandados de la bodega a través de Internet. Cuando le planteó la idea a Pancho, el bodeguero, casi se van a las manos. Y es que Pancho sudaba la gota gorda hasta para conseguir un mocho de lápiz conque anotar las compras en las libretas de abastecimiento.

Carmen fue la primera víctima de la adicción de Lalo a Internet, ya que aunque se esmerara por atraerlo con ropas sexy o con las posiciones más eróticas, su marido permanecía enajenado, navegando toda la noche. La única vez que se desconectó fue por una migraña que por poco lo manda para la tumba.

A Felito lo traumatizó la pérdida de su compañero de juegos. Se acabaron la pelota y las acampadas. La vez que al niño se le ocurrió pedirle que lo llevara al Museo de Bellas Artes, Lalo lo sentó frente a la máquina y le mostró una visita virtual por las salas de exposición.

Sin embargo, a pesar de todo lo que les he narrado, en justicia considero que el más afectado he sido yo, que de repente me he vuelto invisible a los ojos de mi dueño. Las salidas que tanto me estimulaban han sido suspendidas definitivamente, así que, además de perder la intimidad para hacer las necesidades, he tenido que romper mis relaciones sentimentales con la perrita salchicha del edificio de al lado.

Ante los hechos: el jefe de Lalo está a punto de despedirlo, Carmen ya piensa en plantearle el divorcio, Felito anda en busca de un padre adoptivo y yo pierdo el pelo por culpa del estrés: He decidido adoptar una nueva estrategia que obligue a mi dueño a retornar a nuestra dulce y placentera vida de antes.

Lo primero que se me ocurre es diseñar mi propia página web e insertarla en Google, su buscador predilecto. No obstante, reconsidero esta decisión porque creo que incentivaría su adicción a la red.

Otra alternativa es convertirme en un peligroso hacker informático de esos que ponen a llorar hasta el modem. Aunque pensándolo bien, para ser más práctico mejor aprovecho que Lalo salió del cuarto a buscar un buchito de café y me subo a la cama para ejecutar la mejor de las venganzas. Me acerco al teclado, levanto la pata y allá va eso… ¡Ahhhh… qué alivio!

27 de mayo de 2009

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